Hoy en mi último día de rutina de dos mil nueve, me adelanto para darle la despedida a este año mirando un segundo hacia atrás antes de fijar la vista en el horizonte y comprobar que seguimos quemando cifras sucesivamente y adentrándonos poco a poco -y a la vez de forma vertiginosa- en una sucesión de décadas. Uno que nació en el último estertor de los setenta, no puede evitar tener un cariño y apego especiales a las que ha venido haciendo propias: no vamos a comparar los despreocupados 80, o los 90, con los 00; para mí, de insustancial graduación pese a haber tenido lugar importantísimos acontecimientos durante los años que conformaron dicha década.
Lo comentaba hace poco con el PC cerveza en mano y, más recientemente, con una desconocida igualmente en compañía de mi inseparable y fiel amiga: los años mozos de nuestra generación están plagados de acontecimientos, héroes y mitos anclados en esa Era y grabados a fuego en nuestras memorias. Luego disfrutas igualmente de la vida, puede que incluso más y/o mejor, con mayor conocimiento y mejor percepción de las cosas, pero el “factor tempoambiental” deja su marca de forma más débil. Seguramente, para las generaciones siguientes (de éstas hablaremos en otra ocasión, vamos a portarnos bien en estas fechas) los “años buenos” son estos últimos, pues es con los que han iniciado la andadura por la vida, y dejen de tomar como “suyos” los años posteriores en el momento en que alcancen… ¿la madurez?.
La verdad es que el último año de “la década de los 00” a mí me ha dejado más bien frío a nivel “global”; “será la vieyera”. En lo personal, sumados los momentos buenos y malos, el balance es positivo una vez más. Siempre que lo contemos, habremos vencido y seremos más fuertes para afrontar el futuro, al que hemos de plantar cara con el mejor ánimo posible y de manera no exenta de esfuerzo para hacer del presente algo que merezca la pena llegar a recordar.
Intenten ser lo más felices posible.
Intenten ser lo más felices posible.